DESEAR EN TIEMPOS DE CRISIS

No elegimos las primeras imágenes que capturan nuestro deseo. Nos son impuestas: por azar, por poder o por norma”. La seducción, Sara Torres.

Esta pregunta se instaló en mi cabeza pocas horas después de que las primeras imágenes de la DANA que arrasaba Valencia llegasen a la pantalla de mi móvil. El horror, la catástrofe, la tristeza profunda y el miedo lo inundaron todo, real y figuradamente. Mi mente, así como mi cuerpo, se entregó al dolor compartido y empezó la producción de cortisol para mantener ese estado de alarma que nos permite actuar y buscar soluciones en situaciones de emergencia. Si esto me sucede a mi, que vivo a cientos de kilómetros de las zonas afectadas, ¿cómo estará siendo para las personas que han construido una vida en esos lugares?

Dice el filósofo Jordi Carmona Hurtado en un artículo que escribió para El Salto Diario, que no vivimos en la llamada sociedad del cansancio, sino en un estado de agotamiento: “El estado de agotamiento afecta tanto al planeta como a nuestros deseos, tanto a la vida fuera de nosotrxs como a la vida en nosotrxs”.i

Me pregunto si hay posibilidad para el deseo en tierra yerma; si podemos abrir los cuerpos a la vitalidad, la alegría, las ganas y el placer cuando lo que percibimos es la amenaza constante de un mundo agotado.

El deseo – impulso de acción, de movimiento – es una experiencia multifactorial. Las personas deseamos con el cuerpo, con la mente y en función de nuestro contexto. Y no hablo solo del deseo afectivo-sexual hacia otrxs, sino del deseo como centro de nuestra vitalidad y autoestima.

Nuestros deseos dependen de nuestros cuerpos y mentes, porque es a través de ellos que los realizamos o, simplemente, los imaginamos. El deseo es una boca llena de saliva antes de comer; es oxitocina, dopamina y muchas otras hormonas que nos conectan con el pulso de la vida.

Cada unx, con su biografía personal e intransferible, elabora un archivo de imágenes, sonidos, palabras y memoria que ha percibido de su contexto sociocultural para conformar sus propios deseos. Así es como una talla 38 se vuelve deseable para la mayoría de personas socializadas como mujeres cis; el matrimonio una institución y un Ferrari rojo el símbolo de la masculinidad. Sin caer en estereotipos, la realidad es que nuestros deseos no son libres ni se salvan del aparente apocalipsis al que nuestra civilización está abocada.

Le preguntaba el otro día a mi vecina, una mujer muy lúcida de 93 años, cuáles eran los deseos que le quedaban por cumplir. Contestó que ninguno, que ya lo había vivido todo, y me hizo pensar si nosotrxs – lxs “jóvenes” – no habremos envejecido antes de tiempo de tanto ver, de tanto oír, de exponernos a tanta muerte anunciada.

Si el qué y el cómo de nuestro deseo dependen del contexto que habitamos, es fácil que hoy, a la vista de los acontecimientos, dibujemos un pronóstico pesimista.

Sin embargo, y sin querer parecer naíf, como individuxs y como comunidades, podemos elegir poner la mirada en lo que está vivo, en lo que pulsa por continuar. Podemos leer este momento como un prólogo e imaginar nuevas historias.

Cuando el cuerpo está cansado, cuando no tenemos espacios seguros en los que poder digerir la tristeza y el duelo, el deseo se vuelve inaccesible. El deseo no entiende de exigencias ni productividades. Su idioma tiene que ver con el descanso, la confianza, la salud, el juego, la ligereza. Si vivimos en permanente estado de alarma, expuestxs a situaciones y también a estímulos que nos saturan – disertaríamos aquí sobre las redes sociales y sus daños colaterales – es difícil abrirse a desear otros cuerpos, otros vínculos, otras realidades.

Recuperar el deseo en tiempos de crisis, desde mi punto de vista, tiene que ver con permitirnos colectivamente el malestar, pero no perdernos en sus interminables expresiones a través de reels, tiktoks y noticias poco o nada contrastadas. Poner nuestra atención en las manifestaciones de hermandad, de solidaridad y de cuidado en medio de la tragedia, no es obviar el sufrimiento ni un exceso de ingenuidad: es un instinto de proteger y cuidar la vida y su deseo de sí misma.

Necesitamos pensar en el deseo no solo cuando sentimos que nos falta. Como dice la sexóloga y divulgadora Sonia Encinas: “El deseo es una planta que brotará si le procuramos un espacio nutricio para echar raíces”.ii

Me gusta pensar que si nuestro deseo depende de un imaginario social, construido colectivamente entre todxs, todavía tenemos un porcentaje – aunque sea pequeño – de agencia sobre él. Podemos tomar la responsabilidad de cuestionar lo establecido y crear unas condiciones seguras en las que explorar, cuidar y alimentar el verdadero deseo de cada unx.

Desear es el principio de una sexualidad sana y una sexualidad sana es un indicador general de salud y bienestar en las personas y comunidades.iii Nos invito – en estos tiempos en los que la sensación de emergencia es tan alta – a cuidar nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestra intimidad. Proteger los espacios de silencio; bajarle el volumen al bombardeo de estímulos y cultivar vínculos tranquilos y seguros en los que compartir placer, ternura y alegría.

Desear es revolucionario, vital y necesario. Quizá ahora más que nunca.

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Ilustrada por Carlota Franquesa, encuéntrala en Instagram como @carlotafranquesa

i Jordi Carmona Hurtado. El agotamiento del deseo. El Salto Diario [Internet]. 2019 [Consultado 6 Nov 2024]. Disponible en https://www.elsaltodiario.com/

ii Sonia Encinas. Feminidad Salvaje: manifiesto de una sexualidad propia. 2ª edición. Madrid: Penguin Random House; 2022.

iii Organización Mundial de la Salud (OMS) [Internet]. Salud sexual: sinopsis y definiciones. [1 screen]. Disponible en https://www.who.int/es/health-topics/sexual-health#tab=tab_1

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