De un tiempo a esta parte, me gusta entender y definir la moda como una forma de expresión a todos los niveles, la cual a su vez ha servido como reflejo de lo que socialmente estaba pasando en cada época y periodo. Sin embargo, en el proceso de documentación, resulta curioso como todo parece indicar que la moda, tal y como es entendida y definida, ha estado siempre reservada para una población blanca y rica.
Si nos paramos un poco a analizar socialmente la evolución histórica del papel de la mujer en relación al uso del vestido, llama la atención como todo indica que la moda ha servido como vía para sexualizar a la mujer, usarla y hacerle desarrollar el papel de objeto de la historia.
A finales del siglo XIX, la moda era una forma “legalizada” de tortura para las mujeres. En la época victoriana, era común el uso para fines estéticos de piezas como el corsé y el miriñaque, las cuales deformaban y oprimían el torso de las mujeres causándoles graves problemas de salud (1).
Con el inicio del siglo XX, empieza a extenderse la necesidad de terminar con la esclavitud que supone el uso del corsé, y se empieza a hacer uso de una vestimenta femenina que favorece la higiene, la funcionalidad, la simplificación y la estética (2). Paralelamente, las necesidades sociales relacionadas con el desarrollo industrial y los conflictos bélicos, exigen la necesidad de que la población femenina empiece a trabajar fuera del hogar y tenga que hacer uso de una ropa más cómoda y utilitaria, ¿casualmente más masculinizada?
A día de hoy, cuando todos los 8 de marzo nos manifestamos y luchamos por una igualdad real, la mayoría desconoce que el “Día de la Mujer” nace debido a que en 1908 un grupo de 146 operarias textiles de Nueva York murieron en un incendio ocurrido en el interior de la fábrica TriangleShirtwaist Factory, durante una protesta contra las terribles condiciones de trabajo (3).
En la actualidad, en estas manifestaciones es bastante común ver prendas con mensajes reivindicativos y empoderando a la población femenina. Sin embargo, lo que pasa desapercibido en esas prendas es su oscuro origen, aquello que se esconde tras sus costuras y que debería quedar más claro en sus etiquetas. Pues la mayor parte de estas prendas, con eslóganes en pro de la igualdad de género, proceden de tiendas de fastfashion.
El fastfashion nace a finales de los 80, con el único y principal objetivo de ofertar ropa accesible y en abundantes cantidades al conjunto de la población. La aparición de esta nueva oferta de moda más rápida, barata y asequible tuvo una gran acogida en todos los sectores de la población que, de alguna forma y en algún momento, se habían sentido excluidos de las tendencias por motivos geográficos o económicos (4). Esta forma de concebir la moda se extiende hasta tal punto que se llegó a interiorizar la idea general de que la moda rápida había conseguido la democratización de la moda y el estilo.
Pero, ¿cómo surge el fastfashion, y qué le hace perdurable en el tiempo? Pues resumiendo mucho, mediante un sistema de producción rápida localizado en países subdesarrollados, con mano de obra barata y explotación de recursos tanto medioambientales como humanos, casi en su mayoría infantiles y femeninos.
Es curioso, por tanto, lo contradictorio que resulta vestir una camiseta con un eslogan feminista si nos paramos a descifrar el oscuro origen de sumisión y explotación que esconden sus costuras y sus etiquetas.
A principios del siglo XX, 146 mujeres murieron en una fábrica mientras se manifestaban por las condiciones laborales a las que estaban sometidas. Un hecho similar, pero más reciente, sucedió en la mañana del 24 de abril de 2013: el accidente del Rana Plaza, un edificio comercial en Daca, Bangladés. Esa mañana, las personas que trabajaban allí discutieron con los directivos alegando que la estructura no era segura. Los directores contestaron que quien se negara a trabajar sería suspendido de sueldo durante todo el mes. Una hora después, el edificio se derrumbó y miles de personas murieron y quedaron atrapadas bajo los escombros. Este edificio era usado para la producción de ropa de varias marcas de moda rápida de las más conocidas (5).
Para hablar de visibilidad de la mujer, y empezar a construir una historia real en todos los ámbitos que toca la igualdad, necesitamos una sociedad en la que se fomente la autocrítica y el autoanálisis, para así pararnos a pensar y a empezar a deconstruir todos los aprendizajes que llevamos grabados a fuego, y que nos han llevado a que se mantenga esta invisibilidad hasta día de hoy.
No es un ejercicio fácil, ya que el capitalismo y la sociedad de consumo en la que vivimos están construidos y pensados para lucrarse de nuestras limitaciones. Pues ni siquiera a nivel cognitivo estamos preparados para asimilar la sobreexposición a la información, ni nos han enseñado a pararnos a pensar y reflexionar sobre la realidad de nuestros actos. Interesa que vivamos y consumamos ignorando las contradicciones en las que caemos por vivir dentro de esta sociedad.
Al capitalismo, y a quienes manejan el dinero y el poder, les interesa que nos sintamos mejor comprando una camiseta con un eslogan feminista, sin plantearnos cuál es el origen de esa camiseta: la triste historia de explotación femenina e infantil, de miseria social y desigualdad que se esconde en una colección pensada para un solo día y un solo uso.
Historias ocultas de mujeres que a lo largo de la historia han luchado por la igualdad real, en todas las sociedades y a todos los niveles. Historias de mujeres a las que no se les paga un sueldo digno, a las que no se les da un valor real, a las que de un modo u otro se somete a realidades que llevan a la sumisión y la indefensión.
¿Te suena esta historia? ¿Acaso no es contra lo que estamos luchando?
Bibliografía
- Castelló.L. Vestidas para la revolución. Primera edición. Madrid: Planeta; 2020.
- Sposito. S. Historia de la moda desde la prehistoria hasta nuestros días. Primera edición en español.Milan. Propes; 2016.
- D.Riezu M. La Moda Justa. Primera edición. Barcelona: Angrama; 2021.
- Hoskins T. Manual anticapitalista de la moda. Primera edición. Tafalla: TXALAPARTA; 2017.
- Jara. P. El mundo necesita terapia. Primera edición. Murcia: Pedro Jara
- Vera; 2013.
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Biografía de la autora
Soy Ana, y entre otras cosas soy psicóloga. En mi CV en vías de desarrollo suelo definirme como “psicóloga para los problemas sociales de la vida moderna”. Valga la redundancia, estudié psicología, una especialidad en psicología forense, infinidad de formaciones en género y un máster en neuromarketing… Luego, entre crisis existenciales, enfados, aficiones y curiosidades varias decidí enfocar mi TFM de neuromarketing a la creación de un proyecto enfocado a la deconstrucción del comportamiento del consumidor, poniendo el foco principal en la forma de consumir y producir moda.
¿Por qué psicología, género y moda? Por la relación derivada del comportamiento humano y los problemas sociales que emanan del macrocosmos del siglo XXI.
La moda es una forma de expresión a través de la cual deberíamos ser capaces de expresar todo lo que nos define. Por este y otros motivos, en busca de resignificar conceptos como moda y estilo, reflexiono sobre patologías de macroconsumo y reescribo historias de prendas olvidadas.
Intento hacer cosas en: @placebosdelamoda (el podcast del relativismo sostenible) y en @laabuelasaledelarmario.