La polémica de esta entrada está servida desde el título, ¿Es sexista el lenguaje o lo es su uso? Es decir, ¿es la lengua la que presenta en sí misma y en sus estructuras prejuicios de género? ¿O hay sexismo en el uso que los hablantes hacen del lenguaje, en la medida en que éste sirve para organizar el pensamiento y a través de él el mundo, y el mundo ha estado marcado desde siempre por una perspectiva androcéntrica?
A estas preguntas habrá múltiples respuestas, en función del posicionamiento de cada cual ante un tema tan delicado. Habrá personas más conservadoras que defiendan que las lenguas son asexuadas y que es en el uso de las mismas y únicamente en ciertos planos en los que se deba pasar a la acción; y habrá otras más reaccionarias, o comprometidas, que entiendan que las lenguas sí son sexuadas, con capacidad y recursos suficientes para nombrar la realidad tal como es, no solo femenina y masculina, también no binaria. Incluso habrá quienes piensen que la lengua no debe ser modificada, pues no la consideran reflejo de ninguna desigualdad, o que tratar de modificar ciertas estructuras es ir contra natura o “dar patadas al diccionario”.
En cualquier caso, no cabe duda de que estamos ante una realidad en proceso de cambio y que las personas son cada vez más conscientes de ello. Nos atrevemos a afirmar que una buena parte de la sociedad entiende ya que existe sexismo al menos en el uso del lenguaje, en la medida en que la perspectiva androcéntrica desde la que se han organizado el mundo y las lenguas, tiende a invisibilizar a la mujer.
Y esto no es algo nuevo, hace tiempo que se viene debatiendo y hace siglos que se percibe esta falta de visibilidad, ya la reina Urraca I de León dio muestras de ello, tal como recoge María del Carmen Pallares en su artículo “Consciencia y resistencia. La denuncia de la agresión masculina en la Edad Media”[1]. En él menciona cómo algunos documentos de la época reflejan una cierta toma de conciencia por parte de la reina de León ante la injusticia que la mentalidad del momento expresaba para con las mujeres. Así, entre otros, se refiere al fuero que la reina otorgó a Compostela en el año 1105, concedido a los habitantes de la ciudad, tanto varones como mujeres (“privilegios similares concedidos por su padre Alfonso VI están genéricamente dirigidos a los pobladores, cuando no expresamente concedidos a los habitantes varones”).
Como visión esquemática y genérica nos gustaría reproducir aquí una afirmación realizada por la socióloga Inés Alberdi hace ya algunos años: “A grandes rasgos podemos decir que hay dos tipos de sexismo en el lenguaje: las bromas, chistes y expresiones machistas, y el derivado del hecho de que el lenguaje tenga unas formas de hablar que oscurecen la presencia de las mujeres y dan prioridad a los hombres. El primero es más fácil de controlar, pero el segundo es difícil de corregir, porque las reglas gramaticales que han enraizado en el lenguaje son resultado de una sociedad misógina, androcéntrica, que pone al hombre como medida de todas las cosas y utiliza la palabra hombre para referirse a toda la humanidad, padre para hablar de padres y madres, etcétera”
Hay entonces un plano evidente, en el que el lenguaje es el medio en el que se diseminan ideas sexistas, y ahí caben todas las expresiones con las que las personas machistas revelan sus pensamientos, pero también otros aspectos que, aun sin estar en la superficie más evidente, son tan obvios que no admiten discusión.
En lo que respecta al léxico, por ejemplo, no hablamos solo de invisibilidad, sino de clara e indiscutible discriminación, marcada por la consideración histórica de la supremacía del hombre sobre la mujer. Tan solo hay que pensar en el uso de determinados insultos, como el más grave por antonomasia, hijo de puta, con el que para insultar a alguien se ofende a su madre; o en el empleo de expresiones como ser un coñazo frente a ser la polla; o en el significado de las parejas de animales cuando los aplicamos a personas, como zorra / zorro, vaca / toro, perra / perro, cerda / cerdo, gallina / gallo… (nótese que aún usándose el nombre del animal también para insultar al hombre, la connotación que arrastra el femenino es mucho más peyorativa).
Lo mismo en el ámbito sintáctico e, incluso, del discurso, marcado en numerosas ocasiones por: – Claras asimetrías: se dice un picasso, un dalí o un kandinsky, pero no un khalo, por ejemplo. – Por una visión androcéntrica: se define muchas veces a una mujer como “la esposa o la mujer de” (seguro que a cualquiera le vienen ejemplos a la cabeza, pero no es tan común que a un hombre se le presente como “el marido de”). Esto se observa también claramente en los pares de palabras que definen ambos sexos cuando se usan juntos: se dice hombres y mujeres, padres y madres, hermano y hermana, señores y señoras… [2] el masculino primero porque es la norma, representa al varón que es el centro, y el femenino después porque es la desviación de esa norma. – O por una supremacía masculina reforzada siglo tras siglo: abuso del turno de palabra en la conversación, tendencia del hombre a interrumpir a la mujer, mansplaining…
El segundo plano, ese en el que se establece que la lengua cuenta con unas características estructurales que tienden a invisibilizar a la mujer, no solo es más difícil de corregir, sino que suscita mucha más controversia. Se trata de un asunto que se discute desde hace décadas y en el que se ha ido progresando paulatinamente, pero nunca a salvo de críticas. Desde hace años han sido varias las instituciones que han publicado diversas guías o manuales de lenguaje no sexista, en las que se invita a los lectores a reflexionar sobre esta cuestión y se les ofrecen posibilidades para lograr expresarse de forma inclusiva.
En 2008 vieron la luz varias de ellas, y en ese mismo año también la Real Academia de la Lengua se pronunció al respecto en un artículo publicado en El País, firmado por Ignacio del Bosque y suscrito por otros 26 académicos, titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. En él se pretende dar respuesta académica a todos esos manuales y, aunque se reconocen usos sexistas del lenguaje, aquéllos más obvios, se considera que las guías difunden formas de hablar ajenas a la práctica de los hablantes. Se niega, por tanto, este otro plano, alegando que la estructura gramatical de la lengua está profundamente arraigada y que no hay discriminación en la falta de correspondencia entre género gramatical y sexo. Se quejan en el artículo de que no se ha contado con lingüistas para la elaboración de los manuales, pero se olvidan de posturas sobre el tema de filólogas como Mercedes Bengoechea.
No nos parece casualidad que esto se promulgue desde una institución fundada por hombres para “fijar y dar esplendor” a la lengua y que, a día de hoy, sigue estando compuesta mayoritariamente por hombres. De sus 46 sillones solo 8 están ocupados por mujeres; de ellas, 6 elegidas desde 2010. Y tuvieron que pasar 265 años hasta que ingresó en ella la primera mujer, Carmen Conde, en 1978. Además, aun nunca una mujer ha sido escogida por los académicos como figura honoraria y ninguna ha ocupado ningún puesto estratégico.
Años más tarde, en 2018, con el tema dando si cabe más vueltas a la palestra y con intentos incluso por parte del gobierno de acercarse a un lenguaje más inclusivo, la Academia vuelve a pronunciarse al respecto, reafirmándose en la misma idea: no es posible aceptar la modificación de estructuras gramaticales, porque “Las lenguas se rigen por un principio de economía; el uso sistemático de los dobletes, como miembro y miembra, acaba destruyendo esa esencia económica. Las falsas soluciones, como las que proponen poner en lugar del ‘o’ y el ‘a’, el ‘e’, me parecen absurdas, ridículas y totalmente inoperativas”[3]
No obstante, si atendemos a uno de los principios básicos de la lingüística moderna y entendemos la lengua como un ser vivo, algo en constante cambio que nace, crece, evoluciona e, incluso, se reproduce y puede morir; si entendemos que es el hablante quien hace a la lengua, entonces ¿no cabría la posibilidad de modificar conscientemente la realidad del lenguaje? La Academia mantiene que no existe ningún desfase, que desde la institución ni se inventa, ni se propone ni se impone el uso de las palabras, por ejemplo, sino que se recoge las que la sociedad genera. Pero desde nuestro punto de vista, si bien es cierto que el uso de la lengua es democrático, las normas no lo parecen, semejan más bien una imposición. Si resulta obvio que un porcentaje considerable de los hablantes empiezan a reaccionar frente a las arraigadas estructuras de la lengua porque no se ven reflejados en la realidad que con ellas se construye, ¿por qué negarse a recoger y aceptar estos cambios? ¿no es todavía suficientemente representativo el número de personas que hacen estos usos?
Mercedes Bengoechea apuntó en una ocasión un ejemplo muy ilustrador: “en Finlandia tenían dos pronombres, él y ella, y se han inventado un tercero para los transexuales, para los que no se sienten ni hombre ni mujer; se usa muchísimo. Cuando alguien se cambia de sexo, en el proceso de transición, ¿cómo se denomina? En Finlandia tienen pronombre, también en Suecia y Noruega. Esto solo demuestra que la lengua cambia igual que cambia la sociedad: no podríamos hablar con la lengua de nuestras abuelas”
Pero la cuestión del género gramatical y las formas de adaptarse a ello darían para otra entrada en este blog, pretendíamos aquí dar solo una visión general de lo que entendemos por sexismo en el lenguaje y una pequeña panorámica de la situación actual.
El lenguaje es un medio para comprender el mundo y organizar el pensamiento y, al mismo tiempo, es el reflejo de la visión del mundo de la sociedad que lo utiliza. Entonces, ¿por qué no convertirse en activistas conscientes de este proceso de cambio? Utilizando el lenguaje para, desde la superficie, ir modificando las sucesivas capas hasta llegar al núcleo. La lengua nos lo permite. Ayudemos, con nuestros usos conscientes, al éxito en el proceso hacia una sociedad nueva.
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[1] Inserto en el libro Investigaciones actuales de las mujeres y del género que coordina Rita María Radl Philipp.
[2] A excepción de los corteses damas y caballeros
[3] Cita extraída de un artículo publicado en El País el 16/07/2018: Darío Villanueva: “El problema está en confundir la gramática con el machismo”