Cómo la ausencia de educación menstrual condiciona nuestras vivencias
Cuando me propusieron hace una semana escribir este artículo, la verdad es que no tenía ni idea de lo que yo podría aportar. La idea era escribir sobre mi experiencia como mujer sin menstruación. Tampoco imaginé el viaje de autoconocimiento que iba a emprender en esa semana buscando dar sentido a este texto.
Por poner un poco en contexto: me llamo Deborah, tengo 46 años, tuve mi primera menstruación a los 12 años, a los 29 me operaron de endometriosis por un quiste en el ovario izquierdo y a los 40 fui sometida a una histerectomía. En esta semana me he planteado qué educación menstrual he recibido yo a lo largo de mi vida, y en qué habría cambiado todo si la hubiera recibido de otra forma.
Sinceramente, creo que la idea común y tal vez simplista sobre la menstruación se reduce al sangrado, y la poca o mucha información que tenemos la recibimos en torno a eso, olvidando que hay mucho más alrededor. Somos personas menstruantes 365 días al año, ya que nuestros ciclos se repiten una y otra vez consecutivamente. Y nadie nos enseña a escuchar esos ciclos y adaptarnos a ellos, porque no son una cosa que nos pasa, somos nosotras.
Cuando yo tuve mi primera menstruación allá por el año 87, lo recuerdo como si me hubiera caído una condena de 40 años. El concepto de que “me había hecho mujer” lo viví con vergüenza. Me aterraba que lo supiera alguien y por supuesto no quería ni anuncios familiares, ni celebraciones, ni nada que se le asemejara. Claro que me habían contado en el colegio la parte biológica, pero nadie me preparó nunca para la montaña rusa hormonal que viene detrás, que es muy heavy.
En ese tiempo ni internet, ni televisión ni nada que se le parezca: mis únicas fuentes de información eran las amigas, que sabían más o menos lo que yo, la Super Pop, que como bibliografía especializada deja mucho que desear, y mi madre que tampoco estaba preparada para ello. Y por delante el maravilloso mundo de las compresas y tampones para que tú lo explores en solitario. ¡Cómo hubiera cambiado mi vida si hubiera tenido a mi alcance internet y la copa menstrual!
Desde ahí comienza la fantasía de la regla hasta que transitas la adolescencia. Tu principal objetivo es que nadie nunca bajo ningún concepto sepa que estás sangrando. Te obsesionas con no mancharte y eso hace que dejes de hacer un montón de cosas para evitarlo. Es decir, si el ciclo es de 28 días y a mí la regla me duraba una semana, vives 21 días y entras en pánico 7… y así cíclicamente. Y ese torbellino hormonal lo viví entre mensajes como: que si usas tampones es porque no eres virgen y eso es que eres una golfa, que si no te viene la regla es porque estás embarazada o tan enferma que te vas a morir, o que si te lavas en esos días la sangre se te sube a la cabeza y te mueres.
Sin llegar a pensar en la posibilidad de un embarazo espontáneo porque todo el mundo ha tenido una amiga cuya prima lejana se quedó embarazada porque le vino la regla de improviso y su novio le dejó un pañuelo con el que se había limpiado después de tocarse. Es decir, no había escapatoria ni descanso posible para mi yo adolescente de 14 años. Además, en mi caso, súmale unos dolores de muerte que me obligaban a medicarme mucho. Gracias a que mi padre era médico y tenía acceso a medicamentos muy fuertes, que si no, ¿de qué?, “porque la regla duele, eso es así”.
De adulta la cosa se relaja un poco en lo de mancharse, pero la cosilla al hablar del tema no desaparece del todo. ¿Quién no ha estado en una reunión “de chicas” y se han hecho confesiones de si se tiene sexo durante la regla o no? ¿De verdad se tiene que considerar práctica sexual el que sea con la regla? Y piénsate bien la respuesta porque como digas que sí implícitamente estás diciendo que tu pareja es “de esos”. ¿No nos parecería ridículo que nos preguntaran si tenemos sexo mientras hacemos la digestión? Pues será lo mismo cuando desterremos el mito.
En todo este viaje había un sentimiento que creo que no nos abandona hasta que somos adultas, o a veces jamás, que es la culpa: nos sentimos culpables por sangrar demasiado, nos sentimos culpables por estar incapacitadas por el dolor, nos sentimos culpables por poner nuestro autocuidado en primer lugar, nos sentimos culpables por no mantenerlo en secreto, nos sentimos culpables por no renunciar al placer.
Y para las generaciones futuras el único antídoto es la educación y la sororidad. Tenemos que educarnos las mujeres adultas, sea cual sea nuestra etapa vital, y preparar a las siguientes generaciones para vivir todo este proceso desde el amor a una misma. Y no dejar a nuestros compañeros fuera de este proceso de aprendizaje, porque si los excluimos y perpetuamos el secretismo en torno a esto, desde su ignorancia seguirán pensando que somos unas locas del coño. Sí soy, pero me lo estoy tratando, ¿qué pasa?
Nunca he escuchado a mi cuerpo, ni en este aspecto ni en otro. Pertenezco a una generación en la que eso es de “hippies y de sacacuartos”. Mi percepción de él la mayor parte del tiempo ha sido la de un envase de no muy alta calidad ya que me obligaba a convivir con el dolor constantemente. La endometriosis duele, muchísimo, pero ese sería otro tema.
Mis operaciones fueron parches para los síntomas más graves, de las que no me arrepiento porque ambas fueron necesarias, pero nunca suficientes. Ahora mi cuerpo es mi casa, no mi envase, y estoy haciendo las reformas necesarias para que sea mi lugar favorito en el mundo. Como no tengo útero no tengo sangrado, sin embargo sí tengo ciclos ya que conservo los ovarios. El esfuerzo de escucharme por dentro y entenderme tiene un punto de complicación ya que no existe esa evidencia que es la regla que te marca un punto del ciclo. Es más difícil, pero no menos urgente ni menos necesario.
La menopausia está ahí en el horizonte y no quiero pasar por ello sin estar en forma. Porque la menopausia y sus leyendas es otro meloncito para abrir. El día que me dijeron que me iban a poder hacer la histerectomía pero que no sabían si conservando o no los ovarios, la posibilidad de una menopausia temprana me cayó como una losa sobre mi cabeza, mucho más pesada que el alivio de que ese dolor perpetuo que llevaba sintiendo 7 años día tras día se iba a acabar.
No querría acabar sin decir que ésta es mi experiencia, no tiene por qué ser general ni la verdad absoluta, pero que nunca es tarde para formarse y mucho menos para quererse, y que desde ese amor es cuando una empieza a escuchar las llamadas de su interior y está en disposición de ayudarse a una misma, a las demás y a las generaciones futuras.
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Me siento muy identificada con lo que cuentas. Yo también viví la primera menstruación con vergüenza pese a que mi madre sí me había informado de muchas cosas y el tema en mi casa estaba normalizado, pero aún así fue un tabú para mí de cara a la galería.
Soy paciente de endometriosis y también viví esos dolores que cuentas, aunque en mi caso duraron menos años. Ahora vivir sin regla se me hace raro, la verdad, pero aunque me siento aliviada no dejo de tener un cierto sentimiento de derrota por no ser una mujer completa o algo así…
Gracias Déborah por compartir tu experiencia ❤️
Es poco frecuente ver que un hombre intervenga en este tipo de páginas, propias de mujeres en que se muestran sentimientos muy característicos de ellas. Es como si quisiéramos enseñar a un ciego las diferencias entre el rojo y el azul. Bueno, el ejemplo es exagerado, pero es muy difícil transmitir a un varón ciertas vivencias propias femeninas. El dolor es común a todo ser humano, pero en determinadas circunstancias lleva aparejadas ciertas características que sólo quien lo siente puede transmitirlo en toda su naturaleza a otros que lo experimentan. Repito «en toda su naturaleza». El dolor menstrual, en mayor o menor grado, no es «que te duela algo». Te duele el cuerpo y el alma, en esa única moneda que es la persona, de modo que configura una forma de sufrir. Hablemos también de otro dolor femenino: el parto bíblico («de los que duelen»). Algún hombre de los que saben TODO diría: «dolor similar al nefrítico, variable en intensidad y duración, que desaparece tras el alumbramiento». Creo que no es así. En esos momentos a la mujer le duele el cuerpo, el alma y de algún modo ese otro ser a quien expulsa al mundo. Es como un «ménage à trois» (olvidemos el sexo, por supuesto). Y si además tiene a su lado a su pareja (hombre o mujer) se forma un peculiar «ménage à quatre» muy, muy especial. Profesionalmente he asistido a muchísimos partos, miles puede ser, pero todavía no puedo sentir lo que vive una mujer en esa maravillosa experiencia que es ser madre. Por eso he podido entrever lo que Déborah transmite perfectamente (que nunca conoceré). ¡Ventajas de las mujeres!. Por cierto, el artículo de Déborah me parece magnífico, tanto en la forma como en el fondo. ¡Enhorabuena! 👍👍👍