CONCILIACIÓN: ¿REALIDAD O FICCIÓN?

Hace solo un año y medio, una mañana como hoy, apuraba un café semifrío de pie en la cocina mirando el reloj, mientras mi pareja hacía lo propio al tiempo que guardaba el ordenador portátil en su maletín. Hacía tres minutos que deberíamos haber salido de casa para llegar holgados al trabajo. Recuerdo mirarle y preguntarle “¿cómo vamos a hacer esto con un bebé?” “Buf, no sé, imagino que dormiremos menos”. Y era verdad, dormimos mucho menos. Y eso en cierta manera lo intuíamos, aunque no
supiéramos exactamente cuánto menos ni durante cuánto tiempo.

Nuestro hijo tiene 13 meses y ese es el tiempo que llevamos sin dormir una noche del tirón. Lo que quiero decir con esto es que antes de convertirme en madre tenía cierta idea de lo que se me avecinaba, y en parte gracias a la labor que en los últimos años han llevado a cabo muchas mujeres desmitificando la maternidad. Yo sabía que no sería todo perfecto, y que mi vida iba a cambiar irremediablemente para siempre, pero estaba dispuesta a asumir el reto junto a mi pareja, a amar y ver crecer entre los dos a ese ser, independiente, pero fruto de nuestro amor al fin y al cabo.

A nivel familiar fue relativamente sencillo gracias a la corresponsabilidad, y no puedo ni imaginar cómo sería de otro modo. Obviamente hubo y hay dificultades, pero no son objeto ahora de esta reflexión. Sin embargo, soy consciente de que el coordinado trabajo en equipo que nosotros hemos logrado en casa, y que, sin ir más lejos, para mi madre fue impensable, no existe en todos los hogares (de hecho, 7 de cada 10 mujeres se sienten solas ante la crianza y educación de sus hijas e hijos [1]); y, sobre todo, no existe fuera.

A los 15 días de haber nacido nuestro hijo mi pareja tuvo que reincorporarse al trabajo, “hacía falta”, ya disfrutaría más adelante los días que le quedaban. Durante las 16 semanas que tuve para recuperarme del parto, conocer a mi hijo, que él me conociese y acostumbrarme a mi nueva vida intenté imaginar cómo iba a conciliar mi maternidad con mi
vida laboral y el panorama se me antojaba verdaderamente complicado, lo que me provocaba una creciente ansiedad. Antes del bebé, yo trabajaba 8 horas a jornada partida, ¿Cómo iba a poder seguir sosteniendo eso ahora? ¿Quién iba a cuidar de mi bebé mientras? Sopesamos todas las posibilidades. La escuela infantil era la opción más económica, pero me daba una pena inmensa dejar a mi hijo de apenas 5 meses tantas horas. Un cuidador o cuidadora implicaba algo más de cercanía con el pequeño, una atención más individualizada, pero mi sueldo se iría prácticamente con el de él o ella, con lo que no tenía mucho sentido seguir trabajando, no ver a mi hijo y no ingresar apenas dinero.

La opción que nos quedaba era la reducción de jornada con la consecuente pérdida salarial, y, al ser mi sueldo el inferior, decidimos que la solicitaría yo. Por supuesto que mi solicitud fue aceptada, pero tocaba ponerse de acuerdo con el horario y eso fue una negociación más complicada. Durante el proceso miraba a mi hijo, tan pequeñito, tan indefenso, tan dependiente, y pensaba, “cómo voy a dejarte 5 o 6 horas al cuidado de otra persona…” Llegué a plantearme dejar mi puesto de trabajo, al menos en standby durante algún tiempo, pero entonces llegó esta pandemia y lo paralizó todo, la vida de todo el mundo en general y mi proceso en particular, permitiéndome postergar mi decisión mientras mi hijo crecía seguro a nuestro lado (o todo lo seguro que es posible en estos tiempos). Tengo que decir que a nosotros no nos tocó combinar al principio el teletrabajo en casa con la vida familiar, pues nos vimos afectados por un erte, por lo que para mí el problema de la conciliación simplemente se detuvo (aunque se originasen otros, por supuesto, pero ese se paralizó). Sé
que para muchas familias solo empeoró y no parece que ni empresas ni gobierno hayan sabido estar a la altura.

Este pequeño ejemplo es solo uno de cientos, o miles, o tal vez millones… es solo un reflejo de lo que les sucede a tantas y tantas mujeres cuando se convierten en madres y el mundo capitalista y consumista en el que vivimos no quiere asumir el coste. Son ellas quienes reducen su jornada y pierden salario, posibilidades de ascenso…; son ellas quienes se estancan profesionalmente, o quienes son penalizadas o discriminadas en sus puestos de trabajo…; son ellas quienes renuncian a su carrera profesional para poder cuidar, amar y ver crecer a sus hijas/hijos.

Porque sí, a día de hoy 6 de cada 10 mujeres dejan su trabajo al tener descendencia [2] y este es un dato abrumador. No es que queramos dejar de trabajar, no es que fuéramos infelices antes o lo seamos ahora, no es que no podamos llevar a nuestras hijas e hijos a una escuela infantil, o que no puedan cuidarlos terceras personas. Es que no queremos renunciar a verlos crecer, es que no queremos no estar presentes en su vida como el referente que necesitan. Vaya por delante que habrá madres que no compartan esta reflexión, y ello es por supuesto respetable. No se trata de valorar quién es mejor o peor madre según la decisión laboral que tome; se trata de buscar soluciones a un problema real, de que existan opciones en las que todas tengamos cabida.

Lo cierto es que yo no puedo evitar pensar que esta es la principal razón, al menos la que encontramos en la superficie, sin necesidad siquiera de rascar un poquito, de la brecha salarial, del techo de cristal [3] y del suelo pegajoso [4], de la discriminación de la mujer en tantos ámbitos… Me vienen a la cabeza esos ejemplos de países ampliamente productivos y en los que madres y padres no solo gozan de una baja igualada y más amplia, sino que la jornada laboral es de 30 horas semanales (Suecia, Alemania, Dinamarca, Holanda…), el horario más flexible, el teletrabajo está instaurado y goza de una reputación respetable (algo que hasta la pandemia sonaba casi a utópico en España), dedican una mayor cantidad de ayudas a las familias, muchas empresas cuentan con guarderías entre sus instalaciones…

En Alemania, por ejemplo, existe la posibilidad de ampliar la baja maternal hasta tres años, con una reducción salarial y porcentual en función del tiempo de baja. Es decir, sí que existen medidas que nos permiten caminar hacia la conciliación familiar sin que ello redunde en una bajada de la productividad o el rendimiento, muy al contrario, incluso diría, y todos estos países son ejemplo de ello. Ni que decir tiene que algunos de estos países son también los que menor brecha salarial entre hombres y mujeres ostentan…


Por último, me permito terminar esta reflexión con un pequeño llamamiento a los hombres, que desde luego van andando camino en esto de la corresponsabilidad: necesitamos su colaboración, necesitamos que soliciten las bajas, las reducciones de jornada… que exijan el cumplimiento de sus derechos porque sienten la necesidad, igual que nosotras, de estar presentes. Quizás así podamos empezar a ser vistas como iguales en el mercado laboral, quizás así no nos penalice tanto la maternidad.

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BIBLIOGRAFÍA

[1] Datos extraídos del Informe Las Invisibles, publicado por la Asociación Yo No Renuncio y el Club MalasMadres en septiembre de 2020.

[2] Datos también extraídos del Informe Las Invisibles, publicado por la Asociación Yo No Renuncio y el Club MalasMadres en septiembre de 2020.

[3] “El lema hace alusión a las dificultades que encuentran las mujeres mejor situadas en el mercado laboral para acceder a puestos directivos” Cita extraída del trabajo de Teresa Torns y Carolina Recio, titulado «Las desigualdades de género en el mercado de trabajo: entre la continuidad y la
transformación». Noviembre de 2012.

[4] “El lema se hace eco de los factores que describen la baja calidad del empleo femenino, así como el mayor índice de rotación laboral que afecta a las peor situadas. Mujeres que protagonizan el tiempo parcial y la temporalidad y suelen concentrarse en sectores de actividad y ocupaciones, vinculadas a tareas de limpieza y cuidados y atenciones personales. Empleos donde se dan las peores condiciones laborales y los más bajos salarios y en los que el techo de cristal no suele constituir dificultad alguna” Cita extraída del trabajo de Teresa Torns y Carolina Recio titulado «Las
desigualdades de género en el mercado de trabajo: entre la continuidad y la transformación.» Noviembre de 2012.

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