Hace ya algunas entradas, reflexionamos en este blog sobre cómo la forma que usábamos para referirnos a la menstruación ensuciaba nuestra relación con ella y cómo en la mayoría de los casos estábamos usando disfemismos, más que eufemismos, para poder nombrar algo considerado tabú, prohibido.
No existe una certeza sobre el origen de este tabú, aunque nos parece que una visión androcéntrica y patriarcal pueda estar en los albores, como está en prácticamente todas las desigualdades de género. Pero el tema en cuestión no está muy estudiado, quizás por no suscitar el suficiente interés; y no nos referimos sólo al tabú menstrual, sino en general a los diferentes tabúes de las distintas sociedades y a las palabras o expresiones usadas para sustituirlos, que no son objeto frecuente de estudios.
Tabúes existen en todas las sociedades, lo que cambia es lo que se considera como tal en unas o en otras. Lo curioso de la menstruación es que es algo que no se nombra en una gran parte de las sociedades actuales desde tiempos inmemoriales y, aunque cambie la forma de referirnos a ella, siempre está la necesidad de ocultarla, de silenciarla, de obviarla. Hay excepciones, como algunas sociedades modernas de cazadores-recolectores, que consideran la menstruación como algo poderoso, sagrado y sanador; o como las tribus Mbendjele de África Central o la Mbuty, del Congo, para quienes se puede decir que el periodo es algo fortalecedor y bendecido por la luna; o como los antiguos egipcios pues, según se desprende de algunos textos médicos conservados en papiros[1], se refieren en positivo a la menstruación, como sinónimo de “purificación”.
Pero sucede, como dice Eugenia Tarzibachi en su libro Cosas de mujeres. Menstruación, género y poder, que “cada mes hay que menstruar” y, además, debe hacerse “como si no lo hicieras”. Nosotras hemos tratado de hacer un pequeño acercamiento, desde el punto de vista lingüístico, a lo que late en el fondo de este asunto y al cómo nos relacionamos con algo tan natural y nuestro.
La palabra menstruación llega a nuestros días a través del latín MENSTRUUS (‘menstruo’), que deriva de MENSIS, que significa ‘mes’ o ‘ciclo lunar’, pues a su vez proviene de la raíz indoeuropea *MON-/MEN-, que quiere decir ‘luna’. Por tanto, menstruación viene a hacer referencia a aquello que sucede cada mes, como el ciclo lunar. Así que, en el origen de la palabra simplemente parece haber una observación de lo que sucede. Nuestras ancestras, igual que observaban los ciclos lunares para crear un calendario de siembras, por ejemplo, los observarían para predecir aquel sangrado que les ocurría y que probablemente muy pronto comenzarían a relacionar con la fertilidad, simbología que en muchas culturas terminaría asociándose también a la luna (relación de fases lunares con épocas de cosechas o de recogidas, utilización de las mareas para una buena pesca, etc).
Lo curioso es cómo algo que asegura la perdurabilidad de la especie, algo que a priori se antoja como digno de ser venerado, se convierte en algo negativo, en algo que es necesario “ocultar” bajo otros nombres. El antropólogo Chris Knight explica en su libro Blood Relations: Menstruation and the Origins of Culture cómo, a su juicio, el tabú nació de la iniciativa de las primeras mujeres de establecer la menstruación como un tiempo en el que sus cuerpos no podían ser tocados. Según él, durante ese periodo, que hace coincidir con la luna nueva (por tanto presupone la relación directa entre ciclo menstrual y ciclo lunar, algo que no está científicamente probado), los hombres estarían centrados en la futura caza de luna llena (momento en el que las noches son más claras) y, al regresar, compartirían con las hembras la comida y serían recompensados, llegando a su fin el periodo de aislamiento sexual. Así pues, Knight parece afirmar que el comportamiento de esas primeras mujeres puede ser la causa del tabú, culpando ya a las primeras homínidas sobre la faz de la tierra. No sabemos si quizás habrá cambiado de opinión ahora, tras el reciente hallazgo en los Andes de varias jóvenes con armas de caza de grandes animales que parece cuestionar la teoría del hombre cazador[2]…
Sin embargo, parece que algo tuvo que suceder para que la menstruación tuviese que ser escondida. Tarzibachi sugiere, como respuesta general, el hecho de que el cuerpo masculino, que no menstrua, “ha sido el eje de medida de muchas cosas, de cómo funciona el organismo normalmente y de cómo la menstruación entonces sería considerada como una patología”. En cierta manera relacionada con esta visión está la del historiador Robert S. McElvaine, quien acuñó el término síndrome no menstrual (SNM) para describir la “envidia reproductiva” que habría llevado a los hombres a estigmatizar la menstruación y dominar socialmente a las mujeres como compensación psicológica por lo que ellos no pueden hacer biológicamente[3].
Sea como fuere, en casi todas las sociedades existen palabras y/o expresiones que usamos a diario para referirnos a la menstruación, ese término que, sin saber por qué, se ha convertido en vitando. Desde el simple “regla”, que se nos antoja como un sinónimo más, hasta las locuciones que la alejan de nuestra realidad, como “vino mi prima”, “mi tía la de Benidorm”, “vino Andrés” (en Argentina), etc.
Y es que regla proviene del latín REGULA (instrumento para medir), que en un sentido científico, positivista, quiere decir ‘lo que está reglado mensualmente para las mujeres’. Pero, aunque la ciencia es objetiva, las personas que tradicionalmente han hecho ciencia no lo son, ni las que han acuñado términos, ni siquiera las que los han definido en los diccionarios, y ‘regla’ también implica aquello que la mujer ha de asumir como una regla por tener el cuerpo que tiene, por ser mujer.
Del otro lado están todas esas formas de denominar el sangrado menstrual, en nuestra sociedad y en otras, que son un reflejo de la vergüenza que nos han obligado a sentir, como “estar indispuesta”, “estar en esos días” o “tener la colorada”; todos los disfemismos que la cargan de una negatividad que nunca poseyó y la vuelven innombrable, como estar mala o como the curse (la maldición; expresión usada en Reino Unido) o shark week (semana del tiburón, en Estados Unidos)… de hecho, según una encuesta realizada por la aplicación Clue, en el mundo hay al menos 5000 maneras diferentes para referirse a la menstruación sin nombrarla, 5000 maneras que la convierten en un término vitando con lo que se consigue, al mismo tiempo, reforzar la idea de que no debe ser nombrado.
¿Y si le devolvemos a la palabra su estatus? Como ya dijimos en otras ocasiones, tenemos el poder de transformar, no solo desde nuestras acciones, sino también desde nuestras dicciones, es decir, desde el lenguaje. ¿Por qué no empezar a llamar a las cosas por su nombre? Tal vez así empecemos también a dejar de sentir vergüenza, de nuestra condición y de nuestros cuerpos.
Este artículo ha sido escrito siguiendo las directrices de la Guía para escritoras de Cromosomos X, un sistema de verificación informativa que hemos diseñado para poder asegurarte que la información que encontrarás en este portal, ha sido correctamente recabada, contrastada y referenciada. En cuanto al artículo que acabas de leer, al tratarse mayoritariamente de un artículo de opinión en nuestro “semáforo de riesgo de veracidad” ha sido categorizado como verde, ya que la información convive con la opinión y el proceso es más laxo y su validación es menos estricta que en artículos científicos o sanitarios. Queremos que la información sea veraz, pero en materia de opinión, la validez es cuestionable. En Cromosomos X tenemos la nuestra, pero en este espacio caben muchas otras voces.
[1] Entre ellos el papiro ginecológico de Kahun, ca. 1800ac; o el papiro Ebers, ca. 1500ac
[2] Las mujeres prehistóricas también cazaban grandes animales | Ciencia Artículo publicado en El País el 4 de noviembre de 2020.
[3] Se refiere a ello en su libro Eve’s Seed, recuperando la teoría de la psicoanalista Karen Horney “envidia del útero”, que vendría a responder a la freudiana “envidia del pene”.